viernes, 17 de junio de 2016

Transición

Y no era difícil darse cuenta de que me había convertido en mi propia destrucción. De dar cuentas iba la bala: deseando catar mi sien y evocar el reencuentro de la sangre y la tierra.

Difusas noches de no saber bien si las estrellas eran mi oráculo, o eran sólo simples símbolos de oración sin más resultado de unas palabras masturbadas por los semidioses.

Yo tampoco pedí meterme aquí. A mi me forzaron a seguir un pasillo forjado de rupturas y desconsolaciones. Unas manos rudas y ásperas que tan sólo se preocuparon en perturbar mis excesos.

Abstracto como un cuadro sin bordes, sin curvas, sin rectas. Incontrolable como las ganas. Inconveniente como las perdidas que acarreaba cada una de las sudorosas victorias.

No se basa en encontrarle sentido al texto, sólo consiste en esnifar cada palabra hasta que te interrumpa en el clímax.

Llega y no te pares, grita de dolor sin sufrir, ríe sin que nada te plantee gracia. Corre, pero corre sin moverte demasiado.

lunes, 13 de junio de 2016

Ciclos

Abstenerse. Me abstengo de pronunciar cada verso que había deseado contarte. Me abstengo de darle sentido a querer. Querer porque sí. ¿Por qué no?
Morder. Morderme las uñas en cada desesperante momento que aparecías en mi plano. Morder cada lugar invisible de tu torso.

Armar. Armar jaleo para recuperar tu fiera. Mi feria. Armar una selva con todos los monstruos que consigues crearme. Armar y desarmarme con cada soneto escrito sobre tu boca.

Reiniciar. Reiniciar mi alma, rehacer la calma con la cama, quemar mi alma y llorar sobre cenizas.
Sentir. Sentir cada gota de sudor coordinada con los gritos y la sangre, tal vez una nueva vida o una resultante muerte.
Cerrar: los ojos, los miedos y el dolor para abrirnos desde dentro hasta la última corteza de piel; donde puedan habitar nuestras utópicas conexiones a tiempo, allí sabremos que se encontraba nuestro exilio, nuestro destierro, nuestro silencio y el último destello de voz.
Provocamos y probamos abstención de nuevo.

viernes, 3 de junio de 2016

Recaída

Y ahí estaba. Delante de mis ojos, ocupando todo mi campo de visión: un cuerpo desnudo, cubierto tan sólo por el aura del todo el placer que me otorgaba cada noche, en el infierno que soportaban mis días.

Rozando cada poro de su torso nago con las yemas de los dedos. Sentir tu sabor en el paladar, conocer mi lengua con tu ombligo.

Tatuando cardenales nos descubrió el alba disfrazada de clímax; provocándonos a seguir nuestra guerra nos evocó mil glorias que llegaron hasta el vientre. Marcando cada músculo, desde tus muslos, con dolor y gritos.

Aquel orfismo, que en vez de destruirnos nos promovía con caricias obscenas, lejos de ser nuestra tortura fue nuestro más sentido oasis.

Vivimos la condena de sufrirnos y quemarnos, tentamos cada instante erógeno sobre nuestra capa sudor. Todo para acabar muriendo juntos en el último resplandor de la madrugada, dejando todo nuestro quid sobre las sábanas: comprobando así, que tan sólo somos rasgos de odio en efímeros orgasmos.