Y ahí estaba. Delante de mis ojos, ocupando todo mi campo de visión: un cuerpo desnudo, cubierto tan sólo por el aura del todo el placer que me otorgaba cada noche, en el infierno que soportaban mis días.
Rozando cada poro de su torso nago con las yemas de los dedos. Sentir tu sabor en el paladar, conocer mi lengua con tu ombligo.
Tatuando cardenales nos descubrió el alba disfrazada de clímax; provocándonos a seguir nuestra guerra nos evocó mil glorias que llegaron hasta el vientre. Marcando cada músculo, desde tus muslos, con dolor y gritos.
Aquel orfismo, que en vez de destruirnos nos promovía con caricias obscenas, lejos de ser nuestra tortura fue nuestro más sentido oasis.
Vivimos la condena de sufrirnos y quemarnos, tentamos cada instante erógeno sobre nuestra capa sudor. Todo para acabar muriendo juntos en el último resplandor de la madrugada, dejando todo nuestro quid sobre las sábanas: comprobando así, que tan sólo somos rasgos de odio en efímeros orgasmos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario